Campus Miguel Bernal Jiménez

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A dos cuadras de la plaza principal de Morelia, rumbo al norte, se encuentra el conjunto arquitectónico del Conservatorio y Templo de Las Rosas. En estos edificios de invaluable valor artístico se han escrito varias de las páginas más significativas de la historia de la ciudad.

Aquí estuvo en un principio el convento de Monjas Dominicas (1594 – 1738), después el Colegio de Niñas de Santa Rosa María (1743 a 1870), luego el Hospicio para hombres y mujeres, más tarde un Cuartel Militar y la Casa del Agrarista. A partir de 1950 aloja el Conservatorio de las Rosas.

Hasta 1940, el conjunto abarcó una superficie rectangular correspondiente a dos manzanas de la retícula urbana, delimitada por las calles actuales Santiago Tapia, Guillermo Prieto, Eduardo Ruiz y Valentín Gómez Farías. Actualmente, ocupa la mitad de la superficie original. Haciendo un recorrido podemos ir detectando y admirando los espacios creados a través de su historia centenaria.

Tiene al frente un jardín que sirve de espléndido marco para su apreciación. Si bien durante la época colonial era una plazuela totalmente despejada, desde el siglo XIX se diseñó el jardín que hoy disfrutamos, donde los árboles de verde follaje y el murmullo del agua de su fuente lo han convertido en un remanso de frescura y tranquilidad en medio del movimiento citadino.

Las fachadas del Conservatorio y el templo adjunto presentan un perfil de variadas formas. El Conservatorio se despliega en dos niveles con marcada horizontalidad; abajo el muro corrido, con dos portadas de acceso, y arriba la danza de arcos de un mirador. Son arcos de medio punto sobre finas columnas toscanas de fuste monolítico que se suceden en rítmica armonía.

Al trasponer el umbral de la portada encontramos en la antigua portería del convento y después en los locutorios, donde las monjas podían conversar con parientes y amigos a través de una reja y un velo o intercambiar objetos y regalos por medio de un torno de madera. De aquí se pasa al claustro, de un solo nivel, circundado por corredores delimitados por sencillos arcos de cantera que descnsan en robustos pilares toscanos. La sobriedad que observamos en la fachada se repite en el austero interior.

Las baldosas de cantera del piso y los añejos muros y recintos nos transportan al siglo XVII, cuando fue construido el claustro para las monjas dominicas, gracias al obispo fray Marcos Ramírez de Prado, a quien se debe también el inicio de la Catedral.

Alrededor del Claustro se contaban dieciocho piezas; en el lado oriente que hoy ocupa la rectoría, el cuarto de la superiora, una despensa, el refertorio y el pasadizo que daba tránsito a la cocina y al corral; por el lado norte, un amasijo, un cuarto y un sala grande que servía de oratorio; hacia el poniente dos galeras grandes donde se ubicaban los dormitorios de las religiosas, área convertida al presente en la biblioteca Ignacio Mier Arriaga; y, en el lado sur un cuarto y dos confesionarios que se comunicaban con el templo.

Se surtían de agua por medio de un pozo y una fuente de agua limpia que aún admiramos al centro del patio de forma hexagonal ubicada con su brocal de cantera labrada con tableros y guardamalletas, elementos típicos vallisoletanos.

Durante la época de auge del Colegio, en la segunda mitad del siglo XVIII, se construyeron varios patios más, llegando a contarse hasta doce de ellos; la mayoría desapareció pero resta el de la esquina donde residía el capellán del colegio y del templo y hoy ocupa el bachillerato del conservatorio.

Es un cuadrilátero delimitado por corredores en tres de sus lados, con pilares de cantera y hermosas puertas y ventanas de madera ensamblada en tableros con tallas de inspiración vegetal de diseño barroco. Entre las comodidades con que se dotó a las colegialas resaltaba la pieza de baño con dos estanques de agua limpia, caliente y fría.

En otro patio pervive un lavadero múltiple de ingenioso diseño: son cinco lavaderos en serie con sus respectivas piletas y sus canales de distribución y de desalojo de agua, todo en cantera labrada en un conjunto de funcionalidad y estética.

En el lado norte de este patio, ocupado originalmente por una cocina y hornillas del colegio, se construyó recientemente un ala de dos niveles destinada a cubículos de prácticas musicales; al poniente, el antiguo comedor se ha convertido en sala de orquesta.

De reciente adaptación es la Sala Niños Cantores, en lo que fuera un patio intermedio; el espacio abierto se techó y el piso fue acondicionado para acomodar un estrado al frente y doscientas butacas, creándose una funcional sala de conciertos.

La iglesia que hoy vemos se construyó para el colegio, dedicándose a Santa Rosa de Lima, de donde derivó el mote de “rosas de castilla” a las educandas y, por extensión, al sitio en general. Fue concluida en 1752 a expensas del obispo Martin Elizacoechea. Su fachada luce una portada doble siguiendo la tradición de los templos de monjas y está ricamente esculpida en estilo barroco con pilastras, medallones, relieves vegetales e imágenes de santos.

Al interior guarda como relucientes joyas tres retablos de madera tallada y dorada, buena muestra del auge del churrigueresco en la antigua Valladolid. Al pie del altar mayor, presidido por la Virgen de Guadalupe y Santa Rosa, se ve las lápidas bajo las cuales reposan los restos de músicos eminentes ligados al Conservatorio: Miguel Bernal Jiménez, Romano Picutti, Ignacio Mier Arriaga, Gerhart Muench y el canónigo José María Villaseñor.

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